Fernando Gracia Ortuño

Noticias, eventos y curiosidades en torno a la novela de Fernando Gracia Ortuño

miércoles, 29 de mayo de 2013

El frío se ha instalado aquí

Aquella mañana de verano hacía un frío que pelaba. Por lo menos estábamos a cinco o seis grados, como poco, bajo cero. Todo iba y estaba al revés a como lo hacía años atrás, no sólo la economía de mercado se había convertido en economía de subsistencia y rebuscamiento basurero, sino que todo, absolutamente, se estaba transformando a un ritmo frenético a nuestro alrededor. 
Como se suele decir, todo estaba manga por hombro en un batiburrillo social y económico difícil de explicar incluso por los propios especialistas doctorados en ciencias de la economía y política. Aunqeu se llegaran a vislumbrar las cosas, muchas veces no se quería ver, ni mucho menos había ganas de cambiarlas.
Donde antes había una colección de contáiners difíciles de asimilar por la memoria o la consciencia humana, en hileras de cientos de metros, para los distintos tipos de reciclados y desperdicios, ahora había colas de necesitados rebuscando y revolviéndolo todo. Donde antes había inmigración, ahora había cada vez más emigración. Donde antes había dispersión familiar, ahora había concentranción en pisos cada vez más congestionados de gente. Donde antes había había turismo, economía de comercio y buen tiempo, ahora había desierto y cada vez más paro. 
Donde antes había lugareños haciendo vacaciones, ahora eran los extranjeros del norte rico los que venían a hacer sus vacaciones por una ganga de dinero. Y donde antes había una sociedad más o menos estratificada en clases, ahora todo eso se había convertido en dos únicas clases: la de los insertados y más o menos pobres, y la de los del todo pobres y cada vez más desprovistos de derechos y de todo, los excluídos del sistema porque la clase media había desaparecido y sólo había ricos y con medios, y sin medio alguno. Donde antes había un país con cierta peculiar identidad en Europa, ahora había una Europa de ricos y pobres que nos miraba con conmiseración  como a indigentes vecinos con complejo de Diógenes. 

Donde antes había una cierta y "típica" justicia, ahora había clubes del chiste por televisión. Y, en fin, seguiría, pero hace tanto frío, este frío polar que se ha instalado en la península, que se me agarrotan los dedos.


Fernando Gracia Ortuño

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lunes, 27 de mayo de 2013

Lo que faltaba para el duro

A veces en los platós de escritura, en los entreactos de los capítulos, había algún descanso. Curro, el protagonista, se ponía a largar de su vida. Y yo me quedaba ipso facto de pasta de boniato, lo juro. ¡Quería que escribiera un libro sobre su vida! En esos momentos, no comprendía nada, y me parecía que me volvía loco por momentos.

¡Que un personaje de mi novela me viniera en confidencias, y me propusiera escribir su vida...! Era absurdo. ¿Pero de dónde demonios había salido?

Yo tenía entendido que los personajes nacen de la mente del autor, que los perfila y los diseña según los requerimientos de la novela, y los encaja en el patrón de cada carácter definido en función de la trama.

¡Pero ahora resultaba que el mismo personaje creado por mí, venía a solicitarme, no qué digo, a imponerme que narrara su historia! 

¿Dónde diantres me estaba metiendo? ¿Qué estaba pasando allí en los platós, que hasta los personajes me ninguneaban de aquella manera? Desde luego era el mundo al revés. Peor que una película de "La loca academia de escritura", de los hermanos Marx...


Fernando Gracia Ortuño

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lunes, 20 de mayo de 2013

La paella

Un día, en los platós de escritura, nos quedamos sin luz. Curro me propuso hacer una paella para todos, y se puso a buscar unos troncos y unas ramitas para la barbacoa del jardín. Era increíble que supiera hacer de todo, me dije, a su edad. Yo creía que sólo sabía trabajar de personaje. ¡Qué lejos estaba de la verdad! Curro era un auténtico pozo de sopresas. Había trabajado en los más diversos oficios, y con veinte años hacía unas paellas que ni los mejores gourmets se atreverían a igualar, pese a sus titulaciones, premios, estrellas michelines y concursos gastronómicos.

Mientras la saboreaba trataba de quitarle méritos sin querer, porque yo mismo era cocinero, y no acababa de dar crédito a lo que mis papilas gustativas me estaban señalando inequívocamente. Con aire suspicaz y pensativo, comía de aquella maravilla degustatoria junto a los demás personajes, pero al mismo tiempo trataba de recapacitar en el modus operandi, los trucos que había utilizado, los ingredientes, el fumet y demás factores culinarios que veía se me escapaban, a fin de poder explicarme su producto final, esa paella tan exquisita y divina que me estaba embuchando entre pecho y espalda como un auténtico glotón incontenido y desatado...

Cuando se me acercó, en la oscuridad del salón comedor con su plato en la mano, le pregunté disimuladamente si había utilizado algún truco especial, alguna treta desconocida para la realización de aquella paella, porque, sinceramente, confesé, no le veía ningún menoscabo ni tara en su realización, y hasta sabía bien, le confirmé. Pero él sólo se limitó a impacientarse. Quería rodar, ser escrito. Porque estábamos allí para escribir esta historia truculenta e infame, apuntó. Sí, una historia maldita, le dije yo. "Pero ¿por qué no me dices el truco de tu paella?", le pregunté en un último intento, antes de que volviera la luz, y aquél momento se perdiera para siempre.

Curro me dijo que si no me creía la paella, que no esperara que él tampoco me creyera a mí. La curiosidad me corroía, la incredulidad. Pero mis propios sentidos, la vista que tenía la paella, su aroma, su aspecto general en aquella paellera original, su sabor tan sublime me impulsaron a sincerarme por fin. A regañadientes y con desgana le confesé que estaba bastante bien, y que por eso quería saberlo, para después hacérmela yo en casa. O para presumir de buen cocinero delante de los amigos, o en el trabajo. Porque él tenía un don, y no se lo quería confesar, pero tampoco desmerecerlo como para no decirle lo buena que estaba.

Al fin, le confesé que estaba muy buena su paella, para que me dijera el secreto, y que todos la estaban alabando para sus adentros, sin elogios fehacientes, pero no dejando ni un granito de arroz en sus platos. Pero Curro no quiso decírmelo aquél día, porque estaba muy metido en su personaje, y no quería saber nada de cocina, ni recetas en ése momento. Puesto que si había hecho la paella, dijo, sólo era porque se había ido la luz, y en algo había que gastar el tiempo del rodaje de la escritura.

"Otro día no me perderé ni un detalle desde el principio", le aseveré muy enfadado conmigo mismo por no haberlo visto todo desde que empezó la elaboración de aquella paella tan legendaria, de la que no me quiso decir los secretos. Pues nunca en mi vida me imaginé que un personaje pudiera hacer también paellas, por muy poco verosímil que pueda parecer al lector...


Fernando Gracia Ortuño

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sábado, 18 de mayo de 2013

Haciendo tiempo

Una madrugada, recuerdo, estábamos esperando a doña Inspiración, y el protagonista se acercó y se puso a contarme que tenía que volver a visitar a su médico, y que si no lo ponía a trabajar se iba ya mismo. Yo le conté, para hacer un poco de tiempo y entretenerlo, que la última vez que fui al doctor, había en la salita un hombre que tenía las orejas llenas de pelos. Era impresionante y no sabía si Curro se hubiera podido hacer a la idea con todos los detalles que le estaba dando.

Era muy llamativo, como digo y le dije, demasiado. Sus dos orejas parecían una mata de sendos pinceles de cerdas entrecanos que sobresalieran de aquellos agujeros como pequeñas colas de caballo extraordinarias, y que cada vez que volvía la cabeza disimuladamente para mirar me quedaba muy atónito. La television entretanto iba mostrando los distintos casos de realities shows sobre desgracias humanas que aquellas personas se tomaban con un estoicismo impresionante, en lugar de gritar como posesos y mandar a los periodistas curiosos a freír espárragos. 

El me dijo que donde hubiera una tele ya tenían a la gente hipnotizada y sedada por un tiempo de la cruda realidad. Entonces le pregunté por qué tenía que ir al médico, y me contestó que por unos uñeros que le habían salido en las uñas de los pies. Entonces le conté que las uñas siguen creciendo incluso después de la vida, y lo hacen de una manera muy productiva, por lo visto, como los pelos de las orejas de aquél buen señor en la salita de espera aquél día. Que durante meses podían llegar a crecer casi un palmo, sin darnos cuenta.

Curro me dijo algo que me dejó muy pensativo hasta hoy: "Lo mejor es no arrancarlos, porque luego crecen demasiado, como los pelos de las cejas, de las narices o las orejas". Como muchas cosas, pensé yo para mí. En ese momento vi cómo un desahuciado hipotecado por la televisioncita trataba de meterle el micrófono al periodista por una de sus orejas. Todo coincide, sentencié. Y Curro se puso a trabajar justo en ése momento, después de contarle lo alucinante que llegan a ser los realities shows de hoy en día. Cosas totalmente demenciales que se ven como normales.



Fernando Gracia Ortuño

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jueves, 16 de mayo de 2013

El tema de la necedad incrustada

"Tienen algo los budistas que no me acaba de encajar del todo", me dijo un día el protagonista de la novela, justo antes de escribir las páginas finales. Curro afirmó ése día que los budistas estipulan aquello de que no hay que descender al nivel de los necios, que por muchas trastadas y más cosas que nos hagan, habría que ignorarlo todo, y sus palabras y hechos no nos deberían influír. 
Por eso hay que dejarles hacer y campar a sus anchas, incluso cuando ya rayan en la desfachatez más acojonante, como si fueran los amos, los jerifaltes del reino, justo lo contrario del papel que yo le asignaba en la novela por su forma de ser. Un quijotesco, en efecto, a la que viera las idioteces tan abismalmente absurdas, se sulfuraria, y actuaría impulsivamente. Pero un Buda meditaría, y sonriendo tendría compasión para acabar recogiendo los platos rotos. 
Algo así como la doctrina cristina de la otra mejilla, que Bud Spencer en "Le llamaban Trinidad" interpretó a su manera de manera formidable. Mira, haz lo que quieras, le contesté yo, actúa como te salga, a fin de cuentas fui yo el que te elegí, y el propósito de la novela incluye la resolución del conflicto según tú eres, y nadie más... Se quedó al parecer bastante satisfecho. Y el resultado es esta novela.

Fernando Gracia Ortuño

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sábado, 11 de mayo de 2013

Tendencias culturales

Primero, después de siglos de férreo oscurantismo medieval, tuvimos el denominado Landismo, plataforma de salvación en el proceloso mar de las tentaciones, pero que de momento nos abrió las fronteras a Europa y nos hizo un poco humanos, por lo menos con pies y manos, como los demás blanquitos europeos que venían de Suecia, Italia y Noruega a nuestras costas en busca del anhelado sol. 
 
Fue la casual forma en que nos abrimos al mundo, sí, y con su consecuente destape, -puesto que en Europa las gentes eran más naturales, vivian más alegres, y se reproducían sin tanto mojigaterismo, haciendo uso de su libertad-, el de las gentes que comenzaron a conocer de súbito partes de la anatomía humana antes firmemente desconocidas y ocultas, altamente censuradas por la Inquisición y demás formas de cultura religiosa castrativa, llegó la reproducción, asistida o no, avalada por la anhelada Europa, y el país comenzó a reproducirse poco a poco, la población creció, a expensas de la venta de profilácticos en las farmacias, y todavía, no sin cierto recelo, Europa nos comenzó a mirar con buenos ojos, sin  abogar todavía por los recortes de hoy en día, de cataplines y demás, y el despilfarro y los guateques, las orgías y las antiguas "degeneraciones libidinescas" comenzaron  a campar a sus anchas a costa de la represión inquisitorial y religiosa respaldada por el poder político anterior, denominado, curiosamente, Franquismo... ¿Otra corriente cultural?
 
Después de tanto desgaste hormanal de las sanas poblaciones de las distintas comunidades autónomas, -en que por cierto se había dividido "El Imperio" con la transición sexodemocrática-, llegó un nuevo fenómeno cultural al país, denominado Torrentismo, que gracias a su personaje principal, Torrente, ahondaba en los aspectos aperturistas de la cultura universal, y se instaló de tal modo que profundizó en expresiones y tópicos de las formas del lenguaje de los personajes, sus maneras de ser y actuar, sus jergas y modus vivendis, y finalmente sus típicos  anhelos de vida enmarcados dentro de las energías libidinescas y los impulsos primordiales de la especie no censurados ya por el poder político castracionista.

En los tiempos actuales se ha dado a conocer una nueva tendencia cultural y una corriente literaria denominada Currismo. Basado en las formas y estilos de expresión del personaje principal y de sus contrincantes en la novela "Un detective en la cocina", el Currismo representa un nuevo avance cultural aperturista al mundo en el país de los recortes y la supeditación a los dictámenes europeos. 

A pesar de que Europa nos reprocha muchas veces nuestros patéticos protocolos y formas tipical hispanish a la hora de relacionarnos con ellos en el Parlamento Europeo, que muchas veces les hacen reír a carcajada limpia por la ingenuidad de las proposicones y la forma en que son expuestas, -sumisamente y con evidentísimo complejo de Estocolmo, no de Bruselas-, son expresiones de la cultura que ellos comprenden que nos pertenecen y que forman parte de nuestro substrato cultural inmemorial. Y aunque a veces insinúen que está amodorrando la cultura de los libros, que ellos conocen a pesar de sus "buenas" intenciones recortistas, el Currismo, las formas culturales y enciclopédicas actuales de las formas del lenguaje que encierra esta jerga y tendencia generacional innovadora e inequívocamente española, se está abriendo paso en el mundo y en el horizonte europeo con expresiones como: "¡Eppaña va biennn! Ettamo en er buenn camino, con casi siete millones de parado y en aumento, sí señó...!" Palabras que seguramente pronunciaría uno de los personajes de esta novela generacional enmarcada en el Currismo.


 
 
Fernando Gracia Ortuño

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El sueño del protagonista

Recuerdo un día, cuando estábamos escribiendo las escenas finales, Curro, el protagonista, me contó que no le resultaría difícil interpretarlas, porque ya las había vivido, y que lo mejor es la experiencia de primera mano. 

Me dijo que con tanto marasmo existencial y económico, hubo un tiempo en que había trabajado de estatua en las Ramblas. La gente le tiraba monedas, y a veces lo confundían con el escultor que las esculpe, aseguró, por eso le pegan y se ríen, se escapan corriendo despuès de tirarle de las orejas, y le quitan la peluca con tal de ridiculizarlas. Me contó un sueño que había tenido, en que creyó una vez que lo habían dejado en coma, al hilo del final de la novela. Estuvo perdido entre tinieblas, soñando y deliberando mientras escenas inconexas, en una gran sala administrativa iban haciendo desfilar las personas que estaban allí, a la espera de su número. La cosa podía tardar milenios en cuestión de segundos. Todo muy extraño, pensé. 

Dijo que cuando llegaba su turno, las personas se levantaban de los asientos con sus tickets y se dirigían al mostrador, donde un señor les preguntaba "¿Y tú qué has hecho?". 

 El interpelado contestaba generalmente: "Yo hacía de controlador de normativas legales absurdas". O bien: "Yo ponía carteles anunciando qué era lo mejor en el desierto de cables". "Yo fantaseaba sobre el destino de millones, y cogía una calculadora y sacaba la raíz cuadrada de una sola cifra para entretenerme en la oficina". "Yo me inventé la constitución burocrática farragosa". "A mí me caían bien los beneficios anuales y los porcentajes y las comisiones bajo cuerda". "Yo martiricé a todo lo que pillé con disgustos, uno detrás de otro, porque yo era más listo". "Yo les hacía la vida imposible a mis súbditos". "Yo me dediqué a la recolección de algarrobas en los sotos, porque es la mejor profesión que hay". "Yo era sencillamente el mejor de todos". "Yo ahora veo que todo es vano". Uno se levantó, decía Curro, y se fue llorando, mientras farfullaba: "¡Lo di todo por la perfección programativa de las cosas que se tienen que hacer y el modo cómo se hacen, que sólo yo poseía, el paradigma perfectivo del siglo XXI, pero nadie lo quiso reconocer, ni tampoco ahora, estando muerto!". 

Curro se echó a reír, y le dije que era tiempo de escribir y que se dejara de pretextos para no actuar. Estaba aquí para trabajar.


Fernando Gracia Ortuño

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domingo, 5 de mayo de 2013

Expresiones de los personajes

Seguro que ésta será una de las novelas negras cuyos personajes mayor número de tacos, insultos, monstruosidades e improperios de todo tipo se sueltan los unos a los otros por centímetro cuadrado de página. Si tengo que decir la principal razón de este hecho, argumentaría que en el lenguaje de la jerga laboral cotidiana y por la calle, la gente de hoy en día en este país habla así. Más claro que el agua. ¿Por qué los personajes no podrían hablar del mismo modo para dar mayor realismo o ilusión de realidad a la novela? Estamos ante un realismo crítico, social. Justamente el lenguaje que usan les viene al pelo para el propósito de la novela, el de reflejar un ambiente determinado lo más fidedignamente posible.
 
Luego está un reto que me puse hace unos años, cuando una amiga mía, al leer unos de mis relatos se  escandalizó tanto al leer un taco en el libro, que me dio a entender que era impublicable hoy por hoy. Así que me decidí a escribir una novela en la que los personajes hablaran en lenguaje coloquial de la calle. Al modo de las novelas negras de antes, como las de Horace McCoy, James M Cain, o el mismísimo y genial Chester Hymes. Ellos en su tiempo lo usaron, ¿y por qué no habría de hacerlo yo, por mucho que se escandalizara una amiga mía, lectora por cierto omnívora? 
 
Una novela tiene muchas cosas aparte de la jerga de los personajes, empezando desde el protagonista en primera persona, que confiesa al poco tiempo que él se siente inspirado a hablar como en el ambiente laboral que desde hace poco frecuenta.

 
 
Fernando Gracia Ortuño

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sábado, 4 de mayo de 2013

¿Novela negra o detectivesca?

¿Por qué ésta es una novela negra? ¿Reúne todos los ingredientes del subgénero nacido de otro, de la novela detectivesca, creado por Poe? Si la novela detectivesca que luego desarrollaría Hammett, Burnett, Jim Thompson, James M. Cain u Horace McCoy y demás, se funda en la intriga, la novela negra que nace como un subgénero de aquél subgénero, fundamentará su interés en otros aspectos. Se hace callejera. Se interesa por los aspectos sociales más depravados y antes nunca tratados. La cara oculta del asfalto. Con interés por lo social marginal. La denuncia social, institucional, la moralidad de una sociedad en decadencia, los distintos psicologismos nacidos a raíz del interés por la criminología, serán aspectos de su caldo de cultivo. Como dijo Chandler de Hammett: "Hammett sacó el crimen del jarrón veneciano y lo tiró en medio de la calle". Esto es, lo hizo más verosímil. 


Fernando Gracia Ortuño

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viernes, 3 de mayo de 2013

Importantísimo

En literatura hay una cosa que se llama realismo. Si los personajes, por el motivo que sea son deslenguados y muy malhablados, la culpa no es del escritor. El autor tiene unos personajes, a los que contrata como si fueran actores un director, y luego, como cada uno tiene su forma de hablar, los deja que ejecuten su papel característico en el escenario de los distintos capítulos de la novela.

Además, hay que aclarar otra cosa, sumamente importante. Aquí el protagonista, un joven muy cabreado por cierto con el sistema y con los artífices de la crisis en general, -que él achaca a la simple e inherente estupidez humana-, empezando por su propio puesto de trabajo, no es que hable así, pues en su casa y fuera del trabajo se transforma en un angelito. 

Fuera es un joven normal, con estudios y formación. Es dentro del ambiente tan sumamente opresivo de la novela donde cambia y se transforma en un suelta tacos e insultos, pues en un ambiente tan asfixiante, donde se está jugando la vida a cada jugada del cruel hado, o destino, ¿quién no se volvería distinto a lo que es en la realidad?

Cosa bien distinta sería que el autor, por el motivo que fuera, estuviera inclinado a usar ese vocabulario tan soez. ¡Para nada!

El autor se vio obligado, pues, prácticamente forzado, a hacer hablar a los personajes del modo que les era característico a cada uno de ellos, porque en caso contrario, siendo como eran, se le hubieran rebelado. Se estaban rebelando ya cuando les quiso hacer leer el guión de sus actos y pensamientos y casi se le echan encima y le pegan una paliza. Osea que imagínense el percal...

¡Como para no hacer hablar a estos personajes de novela negra del modo cómo ellos de su natural querían ser expresados!


Fernando Gracia Ortuño

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miércoles, 1 de mayo de 2013

El protagonista recitando

Para escribir la novela, muchas veces me levantaba a las cuatro de la mañana, antes de ir a trabajar. A veces Curro, el protagonista, se presentaba siempre un poco tarde. La verdad, me parecía que era un poco caradura, el gachón... Pero  a él, en esas ocasiones, le daba por recitar poesía espontánea, como lo llamaba él, al modo de los ingeniosos gauchos. Tiene una habilidad especial. Un día, tal vez para apaciguar mi malhumor, se presentó en los platós de escritura recitando del siguiente modo, seguramente para soslayar la inevitable regañina:

Tengo para mí, amigos poetas
que sois todos sin duda buenos atletas.

No de músculo entrenado
sino de seso fino y ordenado.

Todo el que escribe es para mí poeta...

Me gustaría con este escritorio
que nos brinda la novela

Hacer frente a los malos
sin llevarme una rabieta

Más será sin duda imposible
siendo cómo son los demás personajes

Hay uno que es más malo:
parece el mismo demonio

Y me gustaría darle escarmiento
aunque fuera por el forro

No teman los lectores
que sea novela ruda o vulgar

Que en ella encontrarán aventuras
y periplos por el ancho mal.

Se trata en efecto de luchar
contra esta colla canalla

Que unos llaman sinvergüenzas
y otros simplementes calaña.

Sin más me despido que he entrar a trabajar
pórtense bien y compren este libro sin dudar...


Fernando Gracia Ortuño

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