Fernando Gracia Ortuño

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sábado, 11 de mayo de 2013

El sueño del protagonista

Recuerdo un día, cuando estábamos escribiendo las escenas finales, Curro, el protagonista, me contó que no le resultaría difícil interpretarlas, porque ya las había vivido, y que lo mejor es la experiencia de primera mano. 

Me dijo que con tanto marasmo existencial y económico, hubo un tiempo en que había trabajado de estatua en las Ramblas. La gente le tiraba monedas, y a veces lo confundían con el escultor que las esculpe, aseguró, por eso le pegan y se ríen, se escapan corriendo despuès de tirarle de las orejas, y le quitan la peluca con tal de ridiculizarlas. Me contó un sueño que había tenido, en que creyó una vez que lo habían dejado en coma, al hilo del final de la novela. Estuvo perdido entre tinieblas, soñando y deliberando mientras escenas inconexas, en una gran sala administrativa iban haciendo desfilar las personas que estaban allí, a la espera de su número. La cosa podía tardar milenios en cuestión de segundos. Todo muy extraño, pensé. 

Dijo que cuando llegaba su turno, las personas se levantaban de los asientos con sus tickets y se dirigían al mostrador, donde un señor les preguntaba "¿Y tú qué has hecho?". 

 El interpelado contestaba generalmente: "Yo hacía de controlador de normativas legales absurdas". O bien: "Yo ponía carteles anunciando qué era lo mejor en el desierto de cables". "Yo fantaseaba sobre el destino de millones, y cogía una calculadora y sacaba la raíz cuadrada de una sola cifra para entretenerme en la oficina". "Yo me inventé la constitución burocrática farragosa". "A mí me caían bien los beneficios anuales y los porcentajes y las comisiones bajo cuerda". "Yo martiricé a todo lo que pillé con disgustos, uno detrás de otro, porque yo era más listo". "Yo les hacía la vida imposible a mis súbditos". "Yo me dediqué a la recolección de algarrobas en los sotos, porque es la mejor profesión que hay". "Yo era sencillamente el mejor de todos". "Yo ahora veo que todo es vano". Uno se levantó, decía Curro, y se fue llorando, mientras farfullaba: "¡Lo di todo por la perfección programativa de las cosas que se tienen que hacer y el modo cómo se hacen, que sólo yo poseía, el paradigma perfectivo del siglo XXI, pero nadie lo quiso reconocer, ni tampoco ahora, estando muerto!". 

Curro se echó a reír, y le dije que era tiempo de escribir y que se dejara de pretextos para no actuar. Estaba aquí para trabajar.


Fernando Gracia Ortuño

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